Saqueo en Acapulco fue un robo y una fiesta

El huracán Otis generó saqueos en Acapulco, esto ante la falta de autoridades; en la ciudad se vivió una fiesta de robo que se convirtió en la celebración de locatarios.

Leonardo Vargas
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Saqueo en Acapulco fue un robo y una fiesta
Crédito: Leonardo Vargas

A las 07:00 horas del miércoles 25 de octubre la avenida Farallón estaba escurriendo torrentes de agua, lodo y llena de árboles destrozados. A diferencia de un día anterior, los automóviles apenas circulaban, su tránsito era como el de un cortejo fúnebre. Una mujer adulta, de unos 60 y tantos, preguntaba a algunos caminantes si había transporte disponible que la llevara a la Base, zona donde se ubica el hotel donde labora.

¿Hay paso?, no, respondió. “Vengo caminando desde las Cruces, porque el Acabús se quedó allá parado a media calle, entre plantas”. La trabajadora, sin saberlo, daba un primer testimonio unas horas después de que los vientos inauditos del huracán Otis le quitaran la vida al puerto.

Al bajar, ella también avanzó. Cuando llegamos al punto donde está la entrada a una tienda comercial, una trabajadora miraba expectante a cualquier transeúnte que pasaba por la zona: era evidente que algo ocurría en la parte alta, ya que el supermercado se ubica en una loma.

Al echar un vistazo desde el amplio estacionamiento, la cortina de aluminio del Sams Club estaba entreabierta; había gente haciendo labores de escapista al sacar pantallas de gran tamaño de entre la ranura. Mientras, desde el “mirador” del centro de compras, se observaban los infames daños en las partes altas de los hoteles en el horizonte.

La comunicación ya estaba completamente cortada, volvimos a los 90 o años antes cuando el teléfono análogo era la vía de contacto, y tal vez ni eso: de voz en voz corría el rumor de que la tienda estaba abierta y disponible para quien quisiera entrar y llevarse lo que “ocupara”.

La prisa era la angustia, había que sacar rápido los dispositivos de lujo que algunos no alcanzarían a pagar ni a meses sin intereses. Un Tsuru con elementos de seguridad privada llegó, pero el frenesí ya había comenzado y no iba a pararlo ni la milicia.

Había que seguir avanzando cuesta abajo para verificar si, con ingenuidad, en la Costera había transporte disponible para poder trasladarse al trabajo. Fue inútil, entre la inundación y los árboles cubriendo la avenida era casi imposible que los automóviles transitaran, y los pocos que habían, hacían maniobras como las de un gusano para pasar entre recovecos.

Justo en la esquina donde se localiza la gasolinera de la Diana, la sucursal de Farmacias del Ahorro ya había sido saqueada, pero por el huracán Otis que con sus ráfagas apenas dejó algunos archivos administrativos del negocio, además de pocos medicamentos genéricos.

La fachada del condominio Las Palmas quedó profundamente fracturada, poco se podía apreciar de su apariencia de lujo con vista privilegiada al corazón de Acapulco. ¿Para dónde ir? Nos fuimos a negro en cuanto a comunicación. Al caminar hacia Galerías Diana, la parte derecha superior se veía destrozada, con un daño que advertía que en cualquier momento se vendría abajo. Los restaurantes de la parte baja tenían los cristales hechos trizas, la furia del viento de Otis no perdonó ni los establecimientos al ras del suelo.

Pero en ese caso, el cadáver que yacía en la Costera era la legendaria ceiba que durante generaciones dio sombra y cobijo a los zanates, y también era la sobreviviente y testigo de cómo Acapulco se fue cubriendo con las construcciones que requiere cualquier urbanidad dedicada al turismo.

Intentando ir hacia la Base, la parte más dorada de la Costera, era una ruta fantasmal: las primeras versiones de trabajadores que laboraron el turno nocturno en la hotelería decían que ya no existía. Y con la ausencia de internet, no había forma de comprobar dichos tan trágicos.

No hubo otra posibilidad más que volver a subir la Farallón de regreso a casa.

Sin embargo, esta vez hubo la oportunidad de subir gracias una camioneta que hizo el favor de trasladar a desconocidos a la Garita, con la finalidad de agarrar rumbo hacia la periferia de Acapulco... a pie.

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Saqueo en Acapulco fue un robo y una fiesta
Crédito: Leonardo Vargas

Sams Club: el robo y la multitud

Bastó una media hora en lo que Sams Club comenzó a dejar ir millones de pesos en mercancía, eran habitantes de las colonias cercanas quienes fueron los primeros en llevarse los teléfonos de gama alta, las pantallas, los audífonos Bluetooth y los perfumes. Si el huracán Otis destrozó la cordura de la gente, las personas la recuperaron al momento de ver que todo lo impagable era gratis. Así comenzó una feria de vanidades.

Más tarde, a las 11 de la mañana, hubo otra ronda de guardias de seguridad con un uniforme que imitaban a los ministeriales, pero su apariencia no pudo intimidar a la multitud ansiosa por llevarse el tesoro sin tener que escarbar.

Accedí por una puerta de emergencia, la zona de refrigeradores, funcionando aún por la planta eléctrica del supermercado, estaba intacta: había grandes cantidades de embutidos y lácteos para alimentarse por varios días, pero el objetivo seguía siendo la zona de electrónica, donde ya poco quedaba en los estantes de exhibición principal; el módulo de los teléfonos ya estaba saqueado. “Había un iPhone 15 rosita, pero no lo alcancé", me dijo una mujer entre el lamento y la euforia.

La tienda departamental fue vaciada durante cinco días. Hay dos versiones: la primera, fue un portazo: verdad. Segunda, los empleados regalaron los alimentos: también verdad.

Saqueo en Acapulco fue un robo y una fiesta
Crédito: Leonardo Vargas

Saqueos en Acapulco se hicieron masivos

En una segunda vuelta a Sams, intentar andar por el piso fangoso era una actividad para atletas, por el riesgo de caer y sostener los productos. Pero ello no impidió que una abuela, se tomara el tiempo para elegir el color de la vajilla: “Es que es blanca, yo la quiero en otro tono”, le reclamó a su nieta.

El saqueo en fue un robo y una fiesta, porque era obvio el temor de las personas en su vista ante la probable llegada de la Guardia Nacional, pero una fiesta porque se cumplió la fantasía de tomar lo que quisieran sin mirar los precios. Sin quedar a deber nada.

Quienes llegaron el primer día, el 25 de octubre, aplicaron la vanidad de despreciar los productos necesarios: no se llevaron el jabón, ni el papel de baño, ni los shampoos de lujo. La atención se centró en qué lugar del supermercado todavía quedaban iPhones, que, al parecer, actualmente son de “primera necesidad”.

Otra sorpresa, la avenida Farallón y el estacionamiento de la tienda estaban llenos de automóviles de clase media-alta, es decir, fueron las clases privilegiadas quienes también se despojaron del glamour para llevarse, tal cual, hasta los pasteles más caros que quedaban. En los toldos de las camionetas que se retiraban, pude observar como amarraron pantallas enormes que no entraron ni en las cajuelas, porque se las llevaron con sus cajas: había que hacer el “unboxing” como se ve en los canales de los youtubers de tecnología.

La escena más reciente en la cultura popular es el capítulo 7 de “The Last of Us”, donde Ellie, la protagonista, llega con Riley a un centro comercial abandonado luego de la colonización del hongo, y toman el lugar con todo lo que queda bajo su propiedad. Sólo que en el caso de esa tienda, como todas las pequeñas y grandes tiendas de Acapulco, el apocalipsis fue local, causado por el huracán Otis.

Quisiera tener más registro fotográfico, pero entre la clase baja y media-alta hubo un acuerdo: nada de videos; aunque fue inevitable que varios llegaran a las redes. Grabar o hacer fotografías dentro del lugar era una afrenta y te exponía a una golpiza, por “soplón”

El efecto Sams fue como dominó: después, el jueves 26 de octubre, le tocó a Soriana. Otra vez, alrededor de la 7 de la mañana, la puerta de cristal fue quebrada para que todos los estratos sociales participaran en el robo y festín.

Pasé de nuevo y la primera escena fue surreal: un hombre subía una lavadora a un carrito tipo grúa y la mujer, presuntamente su pareja, le dijo que la bajara para buscarla en otro color: “La quiero en gris”, señaló.

Otra vez, lo primordial fueron las pantallas y electrodomésticos como refrigeradores, y, también las freidoras de aire. En Soriana, curiosamente, el área que se vació pronto fue la farmacia, principalmente se llevaron los medicamentos de patente.

La avenida Farallón fue un desfile de carros, tanto de los que tienen motor como los que se usan en el interior de los supermercados. No importó que la gasolina escaseara, para muchos valió la pena gastar los últimos litros de combustible con el objetivo de “surtirse”.

¿Saquearon todos los negocios de la Costera en Acapulco?

Los días después de Otis fueron oscuridad, una porque no hubo servicio de energía eléctrica, y dos porque nadie sabía nada de nada. Las autoridades pasaban por las avenidas cercanas únicamente cumpliendo con labores de recorrido, pero no hubo detenidos.

Otros negocios saqueados fueron: Farmacias Guadalajara, Galerías Diana, Sanborns Oceanic, Walmart Base, Soriana Costera y Soriana Costa Azul, Farmacias Similares de Farallón, la agencia Suzuki, Aurrerá Universidad, OXXO en Farallón y Cumbres.

Estos negocios son los más cercanos al área que pude observar, pero luego supe que en el centro de Acapulco y la llamada “zona poniente”, Pie de la Cuesta, también replicaron lo hecho en Sams Club. En la periferia, las Cruces, Renacimiento y Vacacional, las historias fueron idénticas.

Una mujer en Farmacias del Ahorro en la Diana dijo: “Yo para las Cruces no voy, ya es mucho y peligroso”.

El sábado 28 de octubre, cuando comenzó a venderse gasolina en la Diana, hubo algunos acapulqueños que arrastraban paquetes de botellas con agua, algunos conductores pidieron unos cuantos envases “para sus bebés”, pero en ese momento, la escasez de agua y alimento, hizo que todos los dispositivos tecnológicos que fueron tomados, pasaran a ser ladrillos para una obra pendiente, por la falta de luz. “Coman pantallas”, gritó una pareja de adultos que llevaba a cuesta unos garrafones.

El domingo 29 de octubre, en la zona de Farallón quedó restablecido el servicio de electricidad, y en la avenida quedaron regados desechos tanto de comestibles como cajas de aparatos, que se sumaron a la abrumadora acumulación de basura que abarrotó la vialidad.

Los saqueos en Acapulco quedarán en la memoria colectiva, todavía borrosa por el recuento de desastres. “Me dieron el pino de Navidad que quería mi hija (en Sams Club), que cuesta como cinco mil pesos”, contó una ama de casa a quienes estábamos en la estación de bomberos en Farallón, intentando cargar la pila de nuestros teléfonos; algunos lustrosos, porque eran recién estrenados.

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