La sirena de Azoyú (Leyenda de la Costa Chica)
Cira era una hermosa mestiza de 19 años, en la edad ideal para atraer a los pretendientes. A pesar de su atractivo, no prestaba atención a ninguno de ellos y se dedicaba a ayudar a su madre con las tareas del hogar. Su familia, aunque no rica, vivía sin preocupaciones gracias a que su padre poseía tierras y ganado.
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Cira era considerada la más bella del pueblo, lo que la convertía en el centro de atención de muchos galanes. Algunos le ofrecían matrimonios ventajosos, mientras que otros prometían un amor sincero. Sin embargo, Cira se limitaba a coquetear, sin aceptar ni rechazar de manera contundente a ninguno.
Con su piel morena, Cira destacaba por sus ojos verdes aceitunados, sus largas pestañas y cejas bien definidas. Su boca pequeña, con labios color grana, tenía un hoyuelo coqueto en la barbilla que se acentuaba al sonreír. Su cuello era alto y elegante, lo que realzaba su hermosa cabellera azabache, que caía en rizos suaves sobre su espalda. Su vestimenta, siempre blanca y sencilla, consistía en una amplia falda y blusa, con su cabello recogido en un moño.
La cadencia de su caminar era cautivadora, realzada por sus piernas fuertes. Cira siempre lucía impecable, con un aseo personal que la mantenía fresca y limpia, emanando un aroma a jabón recién utilizado.
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Al llegar la Semana Santa, su familia se preparaba para observar las tradiciones de la Iglesia Católica, religión adoptada desde la evangelización por los frailes agustinos en la región de la Costa Chica de Guerrero. Aunque le aconsejaron abstenerse de bañarse durante esos días, Cira, acostumbrada a una limpieza rigurosa, decidió que no era un gran pecado.
El Jueves Santo, en un descuido de sus padres, tomó un pequeño bulto con jabón y ropa y se dirigió rápidamente al río, que se encontraba desierto por la solemnidad de la fecha. Al verse sola, se despojó de sus prendas y se sumergió en el agua fresca de una poza, sintiendo la invitación de la corriente.
De repente, sintió un ardor en sus piernas y, desesperada, intentó salir del agua, pero sus piernas no respondieron. Después de una intensa lucha, logró llegar a la orilla, solo para descubrir que se había transformado en sirena, con una larga cola de pez. Su desobediencia había sido castigada.
Desde entonces, los habitantes de Azoyú aseguran que se puede escuchar su canto melancólico cada sábado de Gloria, al inicio de las lluvias y durante la Navidad. Algunos afirman haberla visto lavando ropa en las piedras del río, solo para desaparecer como un espejismo al ser observada.
Se dice que la sirena atrae a los pescadores con sus dulces melodías, quienes, cautivados, intentan atraparla. Sin embargo, aquellos que se enamoran de ella a menudo terminan ahogados en el mar, atrapados en un oscuro destino. Esta leyenda, se cree, fue alimentada por los religiosos de los primeros tiempos de la evangelización, quienes utilizaban el mito para enseñar a los indígenas sobre las consecuencias de desobedecer.
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