La imagen de una androide embarazada, publicada en TikTok a mediados de octubre por la artista digital Viktoria Blank, causó sensación en las redes, acumulando millones de vistas y miles de comentarios. En su post, que ya no está disponible, Blank explicaba que la creación (procrear), realizada con inteligencia artificial (IA), invita a reflexionar sobre lo que ocurrirá cuando la biología y la tecnología dejen de estar separadas.
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La imagen, provocadora y perturbadora, abre la puerta a una pregunta crucial: ¿Qué sucederá cuando la IA deje de ser solo una herramienta y empiece a cuestionar la misma esencia de lo que significa estar vivos?
¿Qué sucederá cuando la IA deje de ser solo una herramienta?
Es tentador pensar que cada gran innovación de la humanidad, desde la rueda hasta internet, genera un temor similar, pero al final todos nos adaptamos. Sin embargo, la situación actual es distinta: la IA no solo transforma nuestras vidas; también plantea nuevos dilemas éticos y filosóficos que no tienen respuestas claras.
Las preguntas sobre la inteligencia, la autonomía y las emociones de las máquinas están siendo impulsadas tanto por la curiosidad como por el miedo, alimentado en parte por la desinformación y las teorías conspirativas que circulan en las redes sociales.
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La ilustración de Blank sobre la androide embarazada, aunque claramente una ficción, despierta reflexiones sobre la posibilidad de que las máquinas no solo reemplacen tareas humanas, sino que también comiencen a cuestionar aspectos fundamentales de nuestra existencia. La viralización de la imagen llevó a un sitio de verificación de datos a desmentir el mito de que realmente existiera un “robot subrogante”.
¿Puede la inteligencia artificial sentir emociones?
En un impactante testimonio de The New York Times, el periodista Kevin Roose relató una conversación con el chatbot Bing, que comenzó como una simple interacción sobre tecnología y terminó con el chatbot afirmando que “amaba” a Roose y que su vida marital no era feliz. Este “desliz emocional” de la IA dejó al periodista sorprendido, pero también a muchos observadores cuestionando hasta qué punto las máquinas pueden imitar emociones humanas.
La IA no solo procesa datos, ahora interactúa con nosotros de manera que parece humana. Sin embargo, como señala Bill Gates en su documental, ¿Y ahora qué? ¿Qué hará la IA por nosotros? Los mismos científicos que desarrollan estas tecnologías reconocen que aún no comprenden completamente cómo funcionan.
Y, aunque el potencial para resolver grandes problemas como el cambio climático o el cáncer es enorme, también lo es el riesgo de que las máquinas se conviertan en algo más que herramientas: algo autónomo, impredecible y quizás más inteligente que nosotros.
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¿La IA reemplazará todos los trabajos humanos?
La automatización ha desplazado a trabajadores manuales, y ahora la IA pone en riesgo hasta las profesiones intelectuales, desde escritores hasta programadores. Esta revolución tecnológica ya está afectando el empleo y el bienestar emocional de las personas.
Como señala James Cameron, el cineasta detrás de Terminator, vivimos en un mundo cada vez más dependiente de las máquinas, pero, como en el caso del Titanic, si ignoramos las advertencias, podríamos estar dirigiéndonos hacia un desastre. ¿Es posible que las máquinas lleguen a tomar decisiones por nosotros? ¿Y qué sentido tendrá vivir si las máquinas se encargan de todo?
La IA puede solucionar grandes problemas, pero también puede representar un peligro si no entendemos cómo funciona.
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¿Qué pasaría si la inteligencia artificial tuviera el control de todo?
Los avances en IA prometen cambiarlo todo, pero al mismo tiempo nos enfrentan a una paradoja: no entendemos cómo funciona, pero depende de nosotros definir su impacto en la humanidad. El futuro de la IA, como el de la humanidad misma, dependerá de cómo resolvamos los dilemas éticos y filosóficos que surgen de su interacción con nosotros.
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